Arte público, ciudad y política en Manizales
Caleidoscopios Urbanos / 24 de agosto de 2009
a la altura de la sede Palogrande de la Universidad de Caldas.
En la parte superior de la foto, una de las obras del Maestro Vallejo, vigilante.
Por: Luis Fdo. Acebedo R
Al comenzar este año, Manizales vio cómo la Avenida Santander se fue inundando sorpresivamente de varias obras escultóricas de gran tamaño y colorido. La homogeneidad de la propuesta artística hacía presuponer que se trataba de un mismo autor. En la mayoría de los casos, se iban acomodando sobre el separador central de la Avenida, luego de construir una base de concreto con una estructura metálica serpenteante. Pero también, comenzaron a verse sobre las cornisas de algunos edificios o adosadas a las fachadas. En menor cantidad, se localizaron sobre los parques, aceras o antejardines. Aparecían en la plazoleta de la Alcaldía Municipal, a un costado de la Plaza de Bolívar, del Teatro Fundadores, y de allí en línea continua hasta el complejo vial del Batallón. Todo un recorrido iconográfico por el que fuera el principal camino que le permitió a Manizales su ingreso "triunfante" al progreso y la modernidad desde su fundación en el siglo XIX.
Nadie, absolutamente nadie, podía ignorar su presencia. En la universidad, el teatro, la oficina o el supermercado, en cada esquina y en los semáforos, la presencia de bueyes, caballos, arrieros, perros, cabros, sacerdotes y culebreros, nos recordaban, una vez más, la “raza” bravía, las duras trochas abiertas por valientes familias en busca de tierras baldías para el cultivo de los cafetales, el sudor y sufrimiento de nuestros ancestros, el manto protector de la iglesia, los mitos y leyendas campesinas. En fin, toda la gesta de la colonización antioqueña, como para que no haya la menor duda de nuestros orígenes.
Supongo que el maestro Guillermo Vallejo, autor de este trabajo, no cabe de la dicha. Son más de cincuenta obras distribuidas en unos cinco kilómetros, lo cual significa que en promedio, hay una escultura por cuadra. Ni siquiera el maestro Fernando Botero logró en Medellín semejante reconocimiento sobre la carrera Carabobo, pues la mayoría de sus gordas y gordos quedaron confinados en una gran plaza pública diseñada exclusivamente para estos fines con una ligera prolongación sobre el ancho de la cuadra del Museo de Antioquia. Allí por lo menos hubo un proyecto de ciudad, aunque también se evidenció el desbalance entre los 38 mil millones invertidos y la histórica ausencia de apoyo a los gestores culturales de la capital paisa.
Comprendo al maestro Vallejo; es que no es nada fácil difundir la obra para un artista colombiano o, peor aún, manizaleño; ni mucho menos obtener una pequeña ayuda para apoyar sus trabajos. Y de pronto, un Alcalde que por suerte resultó ser su amigo, bota la casa por la ventana y al mejor estilo de las clases emergentes en Colombia, decide homogenizar la principal avenida de la ciudad con varias reproducciones de la obra original “Monumento a los Colonizadores”, localizada en Chipre. Confieso que me había negado a conocer este monumento por el solo hecho de no pagar ni un peso por visitar una obra en el espacio público, que por su naturaleza debe ser gratuita y para el disfrute colectivo. Pero de ahí a que la reproduzcan por toda la ciudad en una versión efímera y descontextualizada, hay mucho trecho.
Evidentemente, la localización de las obras se hizo al libre albedrío del alcalde y su artista, a la usanza del rey y sus áulicos escultores cortesanos de finales del siglo XVI. Ya me imagino al Alcalde vociferando: ¡¡Necesito que me instalen cincuenta y pico de esculturas sobre la Carrera 23, pero para ya, porque en mi administración es diciendo y haciendo!!. Uno aquí, y otro allá; uno más arriba y otro más abajo.
Por: Luis Fdo. Acebedo R
Al comenzar este año, Manizales vio cómo la Avenida Santander se fue inundando sorpresivamente de varias obras escultóricas de gran tamaño y colorido. La homogeneidad de la propuesta artística hacía presuponer que se trataba de un mismo autor. En la mayoría de los casos, se iban acomodando sobre el separador central de la Avenida, luego de construir una base de concreto con una estructura metálica serpenteante. Pero también, comenzaron a verse sobre las cornisas de algunos edificios o adosadas a las fachadas. En menor cantidad, se localizaron sobre los parques, aceras o antejardines. Aparecían en la plazoleta de la Alcaldía Municipal, a un costado de la Plaza de Bolívar, del Teatro Fundadores, y de allí en línea continua hasta el complejo vial del Batallón. Todo un recorrido iconográfico por el que fuera el principal camino que le permitió a Manizales su ingreso "triunfante" al progreso y la modernidad desde su fundación en el siglo XIX.
Nadie, absolutamente nadie, podía ignorar su presencia. En la universidad, el teatro, la oficina o el supermercado, en cada esquina y en los semáforos, la presencia de bueyes, caballos, arrieros, perros, cabros, sacerdotes y culebreros, nos recordaban, una vez más, la “raza” bravía, las duras trochas abiertas por valientes familias en busca de tierras baldías para el cultivo de los cafetales, el sudor y sufrimiento de nuestros ancestros, el manto protector de la iglesia, los mitos y leyendas campesinas. En fin, toda la gesta de la colonización antioqueña, como para que no haya la menor duda de nuestros orígenes.
Supongo que el maestro Guillermo Vallejo, autor de este trabajo, no cabe de la dicha. Son más de cincuenta obras distribuidas en unos cinco kilómetros, lo cual significa que en promedio, hay una escultura por cuadra. Ni siquiera el maestro Fernando Botero logró en Medellín semejante reconocimiento sobre la carrera Carabobo, pues la mayoría de sus gordas y gordos quedaron confinados en una gran plaza pública diseñada exclusivamente para estos fines con una ligera prolongación sobre el ancho de la cuadra del Museo de Antioquia. Allí por lo menos hubo un proyecto de ciudad, aunque también se evidenció el desbalance entre los 38 mil millones invertidos y la histórica ausencia de apoyo a los gestores culturales de la capital paisa.
Comprendo al maestro Vallejo; es que no es nada fácil difundir la obra para un artista colombiano o, peor aún, manizaleño; ni mucho menos obtener una pequeña ayuda para apoyar sus trabajos. Y de pronto, un Alcalde que por suerte resultó ser su amigo, bota la casa por la ventana y al mejor estilo de las clases emergentes en Colombia, decide homogenizar la principal avenida de la ciudad con varias reproducciones de la obra original “Monumento a los Colonizadores”, localizada en Chipre. Confieso que me había negado a conocer este monumento por el solo hecho de no pagar ni un peso por visitar una obra en el espacio público, que por su naturaleza debe ser gratuita y para el disfrute colectivo. Pero de ahí a que la reproduzcan por toda la ciudad en una versión efímera y descontextualizada, hay mucho trecho.
Evidentemente, la localización de las obras se hizo al libre albedrío del alcalde y su artista, a la usanza del rey y sus áulicos escultores cortesanos de finales del siglo XVI. Ya me imagino al Alcalde vociferando: ¡¡Necesito que me instalen cincuenta y pico de esculturas sobre la Carrera 23, pero para ya, porque en mi administración es diciendo y haciendo!!. Uno aquí, y otro allá; uno más arriba y otro más abajo.
Tal parece que se les fue la mano en el número de obras o que el presupuesto era bastante copioso. Lo cierto del caso es que por cuenta de los arreglos entre “el rey y su escultor” parte de la obra artística quedó apeñuscada al nivel de los avisos publicitarios, en la disputa por atraer los ejes visuales de los desprevenidos peatones.
No critico al maestro Vallejo, aunque creo que a todos los artistas les cabe un poco de sentido de la responsabilidad social y colectiva. Más bien, mis dardos van en la dirección del burgomaestre, quien demuestra el poco respeto que tiene por la ciudad, por los ciudadanos y por el espacio público y colectivo. Es que se creen dueños de la parcela y con los poderes omnímodos para decidir los destinos de todos. Para estos personajes, no hay dinámicas culturales, sólo artistas preferenciales; no hay presupuesto para la cultura, a lo sumo, una caja menor (¿o mayor?) a disposición del “gerente” de la ciudad; no hay ciudadanos sino contratistas o clientes; no hay sistema de espacio público, tan sólo público para observar sumisos y resignados las actuaciones de los “gerentes” o “subgerentes” de la ciudad.
Con el autoritarismo como estilo de gobierno heredado de la Casa de Nariño y el enorme desprecio por lo público y lo colectivo como factores fundamentales en la construcción de ciudadanía, los alcaldes ahora se han arrogado el derecho de administrar el espacio público según sus particulares intereses. No importa que con ello contribuyan a la contaminación visual de la ciudad o al uso privado del espacio y los bienes públicos.
Cómo añoramos el día que un Alcalde decida abordar el arte y la cultura como ejes de la construcción de civilidad y ciudadanía. Cómo quisiéramos que el gobierno municipal apoyara la infinidad de manifestaciones artísticas de la ciudad con una política incluyente y participativa. Quizás así, el festival inter-colegiado de teatro dejaría de funcionar al debe, los escultores podrían engalanar con sus obras los parques de los barrios populares; la música podría disfrutarse en la plaza pública, al igual que el cine, para el bienestar de los jóvenes universitarios; los egresados de la carrera de artes escénicas de la Universidad de Caldas podrían consolidar los semilleros de actores y actrices de una ciudad que se ha vuelto referente internacional del teatro; y los gestores culturales de la Universidad Nacional podrían hacer factibles los emprendimientos de nuestros artistas, entre otros sueños nada dífíles de lograr.
24/08/09
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