La Plaza Alfonso López De Manizales.
La Plaza Alfonso López (I)
Imagen urbana después de una implosión.
Por: Luis Fdo. Acebedo R.
No solo las guerras destruyen edificios de valor patrimonial en las ciudades, también los alcaldes, en nombre de la colectividad y el interés general. La implosión del edificio de la Alcaldía Municipal de Manizales en el año 2002, localizado en la Plaza Alfonso López, marcó el fin de un imaginario moderno que tal vez nunca llegó a la ciudad, y abrió otro, aún por descubrir. En ese momento, surgió esta especie de etnografía de aquel lugar referencial.
En la Plaza Alfonso López Pumarejo se perciben muy claramente dos grandes dinámicas socio--espaciales: Por un lado, el frenesí de los flujos, la circulación y el movimiento constante; y por otro, el deseo de comunicación o como dirían algunos, la mercadería de la conversación (Borja y Muxi, 2003). Ambos se desarrollan en medio de un espacio urbano sincrético y de una arquitectura ecléctica.
En efecto, la articulación de ambas dinámicas en el espacio produce una sensación de caos intimidante para todos los habitantes o usuarios de la Plaza. Desde la perspectiva del peatón, el ruido de los motores que se detienen y avanzan en medio de cruces y semáforos a distancias muy cortas, generan una sensación de inseguridad permanente que invita a quedarse atrapado en las periferias por el juego centrífugo de los vehículos. Allí confluye gran parte de los sistemas de transporte público y privado de la ciudad y del campo: Rutas de buses urbanos, transporte intermunicipal e interveredal, taxis, camiones de carga, automóviles particulares, motocicletas, entre otros.
Las aceras amplias que delimitan la Plaza, comparadas con las del Centro histórico-patrimonial, acogen a transeúntes y vendedores ambulantes, mientras que, desde adentro de los locales comerciales –en gran medida cafetines y bares–, se expele el ruido mezclado de las rancheras y la música del despecho, acompañado del murmullo de gente que conversa al calor de un tinto de 250 pesos o de un almuerzo de 2000. Unas mujeres elegantemente vestidas de minifalda y tacón alto, cabellos sueltos sobre los hombros y un monedero bajo las axilas, atienden el pedido de quienes toman asiento en cada mesa. Los ancianos con sus recuerdos y los jóvenes como venidos de alguna vereda o centro poblado le dan identidad a los cafés, bares y cantinas, a los billares y juegos de azar o al comercio de variedades; también a los hoteles y residencias que pululan en los alrededores de la Plaza.
Los voceadores de mercancías por micrófono o el silencio cómplice de las prostitutas transitando de aquí para allá, hacen parte del ambiente sórdido de algunas esquinas y se confunden entre miradas, gestos y actitudes de ciudadanos desprevenidos, y de otros que dominan la calle o ese mundo imperceptible que algunos llaman los “no lugares”.
Entretanto, quienes atraviesan la Plaza en sus vehículos particulares deben sufrir el asalto intimidante de un “ejército” de adolescentes apertrechados de tarritos de agua jabonosa y limpiavidrios que aparecen en cada semáforo como caídos del cielo para ofrecer sus servicios a cambio de una moneda. Allí también se encuentra el vendedor de maní, el de frutas y verduras o el de tarjetas prepago debidamente uniformado.
Pero también la continuidad y proliferación de entradas y salidas de vehículos en distintas direcciones por los costados de la Plaza invitan a estar con todos los sentidos puestos sobre la calle, a pesar de una adecuada señalización que marca el sentido de las vías, las cebras de uso peatonal, la semaforización, los cruces y la información sobre los barrios contiguos o el acceso a las vías regionales.
El interior de la Plaza está dividido en dos ambientes, separados por un cruce de vehículos en dirección contraria y una geometría curva, cóncava y convexa. Un ambiente desolado y triste, compuesto por una zona verde amplia en donde yacen los restos de la antigua Alcaldía y una pequeña plazoleta, construida a última hora para que el dolor por la desaparición de un icono edilicio no genere mayores frustraciones, simula un bar o una cantina al aire libre con sus mesas dispuestas en círculo. Por ambos lados cruzan indiscriminadamente los peatones en un ir y venir de gentes que aprovechan el espacio encementado o la gramilla para “saltar” al otro lado de la calle. Y otro ambiente, densamente ocupado por una concentración de vendedores estacionarios dispuestos sobre tres crujías, dos de ellas marcadas por la alineación de siete u ocho palmeras que pasan desapercibidas a los ojos del peatón.
Este pequeño centro comercial enmarca la fachada de la Plaza al costado oriental por medio de una frágil estructura metálica que ordena y le da techo a los pequeños locales. Su numeración consecutiva llega hasta el número 340, lo cual da un indicio de la cantidad y tamaño de cada uno; sin embargo, muchos de estos locales se encuentran ocupados por bodegas. Se requiere recorrerlo en su interior para descubrir varios niveles y una cafetería al aire libre sobre una plataforma de un piso de altura, debajo de la cual se encuentran unos baños públicos.
El borde que define la paramentación de la Plaza Alfonso López Pumarejo está compuesto por edificios de cuatro y cinco pisos, principalmente. La mayoría tiene un pequeño voladizo después de una doble altura. Su arquitectura es modesta pero mantiene una presencia viva en el lugar. Cinco o seis edificios en cada manzana organizan los contornos de la Plaza reflejando una cierta continuidad de vanos en medio de la diversidad estilística. Los primeros pisos, por el contrario, se diferencian de los pisos superiores por su apertura al peatón y algunas subdivisiones para acomodar pequeños locales dentro de otros, lo cual dificulta la identificación de los ritmos en las fachadas. El Teatro de Manizales es quizás el edificio que más identidad formal tiene, aunque el uso real sea otro completamente distinto. Su presencia en el lugar se asemeja más a un fantasma que clama una nueva oportunidad en la memoria de los habitantes del centro de la ciudad.
Por su estilo y materiales, la mayoría de las edificaciones son de hace tres o cuatro décadas. Sin embargo, subsisten algunos edificios de dos o tres pisos en bahareque que hablan de épocas pretéritas, pero también de riesgos que continúan amenazando a las edificaciones antiguas. De hecho, en la esquina del constado sur-occidental de la Plaza, un edificio de dos pisos sucumbió recientemente a la fuerza devoradora de las llamas, recordando que la amenaza de incendio sigue latente en el centro de la ciudad si no se toman medidas preventivas.
No es la arquitectura la que impresiona, es la amplitud y la perspectiva del espacio que se abre desde diferentes direcciones en medio de una estructura de damero cerrada y compacta que caracteriza el Centro Tradicional. Este respiro que se siente al aproximarse, se pierde cuando se llega, puesto que la escenografía está pobremente dispuesta sobre el lugar. Se podría decir que es un espacio vacío que se recorre por sus bordes. Le hace falta vida a su interior porque no hay ninguna actividad que lo respalde, prácticamente ningún amoblamiento que insinúe diversas formas de apropiación cultural, recreativa, política o simplemente de ocio.
3/10/09
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La Plaza Alfonso López (II)
Los jueces haciendo ciudad
A pesar de los últimos gobernantes, la Plaza Alfonso López adquirió una nueva cara desde comienzos de este año. Buena, regular o mala, ya veremos. Los ciudadanos finalmente tienen la última palabra y emitirán sus propios juicios según el grado de apropiación que le den a ese lugar. Y digo que “a pesar” de los gobernantes, porque la Plaza Alfonso López es hoy lo que es, por la obstinación de los ciudadanos organizados del sector que interpusieron varias acciones jurídicas a cada uno de los tres últimos alcaldes de la ciudad.
A Germán Cardona, el dinamitero, a quien la comunidad forzó a un pacto de cumplimiento para que tomara las medidas conducentes a reconstruir la plaza pública, luego de la implosión del edificio de la Alcaldía. A Néstor Eugenio Cardona, quién lideró el concurso para definir los diseños de la nueva plaza, dejándole a un tercero la responsabilidad de su construcción. Y a Luis Roberto Rivas por tratar de hacerse el loco con el cumplimiento de esta responsabilidad al comienzo de su mandato. Finalmente, los jueces se encargaron de hacer cumplir los pactos y crearon un precedente jurídico sobre el uso de ciertos instrumentos legales para garantizar los derechos ciudadanos al espacio público.
Por estos días recorrí nuevamente la Plaza con sus nuevos diseños. Fueron siete años largos los que se tomó la clase dirigente manizaleña para devolverle a la ciudad este espacio público destruido en el año 2002. Quería ver, oler, oír, recorrer, cruzar, permanecer en la Plaza. Y por supuesto, comparar.
Cuando en el año 2003 la municipalidad nos llamó para formular los términos de referencia arquitectónicos y urbanísticos para convocar al concurso de diseño del proyecto de renovación urbana de la Plaza, hicimos un esfuerzo por interpretar los deseos de la ciudad y de los ciudadanos. Al final se llamó a concursar a las firmas de arquitectos para “Consolidar la Plaza Alfonso López Pumarejo como el segundo espacio público de uso colectivo más significativo, después de la Plaza de Bolívar, por su carácter simbólico y referencial de la política Manizales: Eje del Conocimiento, su disposición para los encuentros ciudadanos y las actividades culturales a nivel urbano y metropolitano, la calidad de la oferta de servicios a nivel de las Tecnologías de la Información y la Comunicación - TIC - y su capacidad renovadora sobre su entorno más inmediato”.
Me temo que el proyecto construido no acertó en ninguna de estas características. Por un lado, creo que sus diseñadores no lograron interpretar cabalmente este planteamiento. Y por otro, quizás más importante, por las vacilaciones y el poco compromiso público de las instituciones de gobierno. Veamos por qué:
Es una plaza infrautilizada para eventos urbanos y metropolitanos, quizás por una razón elemental, porque está infradotada. Los usuarios directos o potenciales me han dado el mismo argumento: No cuenta con un sistema eléctrico apropiado para actos públicos y culturales. Al recorrer sus diferentes espacios pude constatar que no existe una sola toma para conectar un cable eléctrico. Esta es una de las razones por las cuales el pasado festival internacional de teatro prefirió utilizar otros espacios públicos de la ciudad. Paradójicamente, los diseños arquitectónicos se orientaron hacia la modalidad de una plaza de eventos más que a una plaza cívica multiusos como era nuestro interés. Así se deduce del gesto de hundir un pedazo de la plaza para generar unas graderías y crear una media torta con igual criterio en uno de sus costados.
De la política “Manizales: Eje del Conocimiento” finalmente no quedó nada, casi ni luz eléctrica; tal vez el espacio residual al occidente de la plaza, que simula una media torta para eventos culturales. Ahora bien, sin el preciado servicio de luz al que hemos hecho referencia, podríamos decir que este lugar se convirtió en una verdadera Plaza de Banderas, no por las columnatas que se erigen simbólicamente en el lugar donde estaba ubicado el edificio de la Alcaldía dinamitado, sino porque el ingenio popular, o quizás la acción de algún artista plástico, decidió hacer de la tragedia una comedia, al colocar una banderita roja por cada excremento humano depositado en la zona verde que rodea la plataforma circular y delimita el escenario vacío.
Es que los espacios inútiles o inapropiados, los espacios residuales o escindidos, los lugares no habitados, se vuelven “no lugares” en el sentido que le concede Marc Augé. Finalmente, son apropiados por los desplazados, los excluidos, los marginados, los desparchados, en fin, los beneficiarios directos de la renovación urbana, cuando ésta simplemente se ocupa de recuperar los espacios físicos, dejando intactas las condiciones de pobreza de las gentes en el lugar.
Ahí están los loquitos de la calle, los habitantes de la calle y los “trabajadores de calle” como se les conoce a los amigos de lo ajeno. Todos ellos permanecen en la plaza, viendo cruzar de aquí para allá a los desprevenidos ciudadanos con sus compras de ocasión. Algunos, arriesgan hasta su propia seguridad porque las aceras en los extremos oriental y occidental de la plaza no tienen continuidad, y en un acto reflejo, cada quién sigue su camino pero sobre la calle vehicular hasta cruzar al otro lado.
Lo que definitivamente funciona muy bien es el complejo vial subterráneo, que ha sido finalmente, el principal interés de las últimas administraciones y lo que mejor saben hacer. Calles y calles para la movilidad vehicular, para la circulación y la velocidad. Estos ingenieros-empresarios que hemos tenido como alcaldes en los últimos años le temen a lo público y a los lugares de encuentro. En últimas, le temen a la ciudad y al ejercicio de la ciudadanía. Estoy de acuerdo con Jordi Borja, quién por estos días visita nuestro país, cuando afirma que la ciudad hay que entenderla como espacio público, y el espacio público como “espacio político, de formación y expresión de voluntades colectivas, el espacio de la representación pero también del conflicto. Mientras haya espacio público, hay esperanza de revolución, o de progreso”. A esto es a lo que verdaderamente le temen nuestros alcaldes-empresarios.
10/10/09
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